¿Por qué el Sínodo sobre la sinodalidad es importante para la Iglesia y el mundo?
Por el Dr. José Sols Lucia y el Mtro. Juan Carlos López Sáenz Académico y Coordinador del Departamento de Ciencias Religiosas en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
El 4 de octubre de este año, día de san Francisco de Asís, tuvo una especial importancia en la Iglesia Católica por dos razones: en primer lugar, porque salió publicada la exhortación apostólica del papa Francisco Laudate Deum sobre la crisis climática, continuación de la encíclica Laudato Si’ (2015) sobre ecología integral; y en segundo lugar, porque ese día se inició en el Vaticano el Sínodo sobre la Sinodalidad, del que vamos a hablar aquí por su importancia para la Iglesia y para el mundo.
La palabra sínodo no forma parte de nuestro vocabulario habitual. Llegó al español procedente del latín eclesiástico (sinodus), que a su vez la había tomado del griego (synodos), y significa encuentro, reunión, asamblea, literalmente caminar juntos, atravesar juntos el atrio (de un edificio). En la Iglesia, desde sus orígenes, hace casi 2 000 años, la palabra sínodo apela a la participación de todos los cristianos (varones y mujeres) en la vida de la Iglesia. Cuando pensamos en la Iglesia, en seguida viene a nuestro imaginario colectivo la imagen de una pirámide en la que el papa de Roma está en la cabeza y de ahí se va descendiendo a través de cardenales, obispos y sacerdotes hasta llegar al pueblo llano; las decisiones se toman arriba y se acatan abajo. En realidad, esto no fue así en los inicios de la Iglesia; y desde el concilio Vaticano II (1962-1965), cuando la Iglesia quiso abrirse al mundo moderno, tampoco se desea que las cosas funcionen de esta manera, a modo de pirámide descendente.
La Iglesia es prioritariamente el pueblo de Dios que camina unido. De ahí que en la constitución pastoral Lumen Gentium del mencionado concilio, el pueblo de Dios vaya antes (capítulo 2) que su ordenación jerárquica (capítulo 3). En las iglesias primitivas (siglos I y II), la participación de los fieles en la vida de la comunidad era remarcable, incluso para escoger a un nuevo obispo. Ese tipo de participación es lo que hoy denominamos sinodalidad. Desafortunadamente, con los siglos se perdió y la Iglesia se hizo más jerárquico-piramidal y clerical. El hecho de convertirse en religión oficial del Imperio Romano en el 380, con el Edicto de Tesalónica, bajo el emperador Teodosio, contribuyó a ello, dado que la Iglesia pasó a imitar el modo de organización del imperio, que en aquel tiempo era la mejor estructura política que se conocía.
Durante los más de dieciséis siglos que nos separan de aquel edicto, la Iglesia ha sido poco sinodal en el sentido de que no todos los fieles han sido consultados en los debates y deliberaciones, aunque sí se ha ido manteniendo, con sus más y sus menos, el espíritu de sinodalidad en los sucesivos concilios, tanto ecuménicos (o sea, de toda la Iglesia) como locales, provinciales o regionales. Ha habido cientos de ellos a lo largo de estos veinte siglos de historia de la Iglesia. Esa tradición se ha mantenido tanto en la Iglesia Católica como en las iglesias ortodoxas (tras el cisma de 1054), como también en las iglesias protestantes (tras el cisma del siglo XVI). El concilio Vaticano II quiso despertar la adormecida sinodalidad en la Iglesia Católica, así como la colegialidad entre los obispos. Esto último se puso en marcha relativamente pronto. En los últimos 58 años (los que nos separan del final del concilio, en 1965) las reuniones colegiales de obispos han sido numerosas y han funcionado muy bien. Sin embargo, la sinodalidad entendida como participación de todos los fieles ha tenido que esperar.
En el 2021, el papa Francisco puso en marcha un proceso enorme en la Iglesia, entendido como Camino Sinodal hacia el Sínodo de la Sinodalidad, este último iniciado en el Vaticano el pasado 4 de octubre, como hemos dicho. Pidió que todos los fieles, sin excepción, participaran a través de sus parroquias y comunidades aportando ideas para repensar la Iglesia en clave más comunitaria. Si tuviéramos que examinar estos dos años de camino sinodal para preparar el sínodo en todo el mundo (2021-2023), la calificación sería de un aprobado apurado, dado que en algunas diócesis se ha llevado a cabo de manera excelente, mientras que en otras los fieles aún no saben nada de lo que aquí estamos hablando.
Sin embargo, hay que mirar hacia adelante. Y lo que tenemos por delante es la posibilidad de construir una Iglesia con la participación de todos sus miembros, tal como fue en sus inicios, lo que permitirá que esté mucho más abierta al mundo actual y pueda intervenir en sus procesos de transformación hacia un mundo más justo y pacífico.