La Eucaristía produce fraternidad: Mons. Carrascosa
La “Eucaristía no produce solamente la transformación de cada cristiano en Cristo; sino que, como verdadero ‘sacramento de la unidad’, produce también la fraternidad entre los hombres, la comunión entre los hermanos de Jesús y hermanos los unos de los otros”. Así destacó el Nuncio Apostólico en Ecuador, Monseñor Andrés Carrascosa Coso, en la misa con la que se cerró las actividades del primer día del Simposio Teológico Internacional “Fraternidad para sanar el mundo”, que se celebró en la iglesia de la parroquia María Auxiliadora, de Quito.
El representante Pontificio subrayó que “la Eucaristía forma la familia de los hijos de Dios. Jesús, mediante la Eucaristía, une a los cristianos consigo mismo y entre ellos en un solo cuerpo, y así da vida a la Iglesia, en su esencia más profunda, donde ella es toda caridad y unidad, Cuerpo de Cristo. La Eucaristía hace a la Iglesia”.
La Santa Misa fue concelebrada por el Arzobispo Metropolitano de Quito y Primado del Ecuador, Monseñor Alfredo José Espinoza Mateus, sdb, el presidente de la Pontificia Comisión de los Congresos Eucarísticos Internacionales, Padre Corrado Maggioni, ssm y varios obispos y contó con la participación de más de 50 sacerdotes y centenares de fieles que están asistiendo al Simposio Teológico Internacional.
Para Monseñor Carrascosa, “Ningún elemento de nuestra fe tiene tanto que ver con la paz, con la unidad, con la fraternidad como la Eucaristía. Celebrar el Misterio Pascual: Muerte y Resurrección de Jesús, es celebrar en el rito una experiencia que podemos y debemos vivir en la vida cotidiana, que los cristianos, con nuestro amor recíproco y a todos (cfr I Tes 3,12), estamos llamados a llevar a la sociedad porque ese amor nos hace hermanos y esa fraternidad nuestra tiene la capacidad de sanar en este mundo herido”, puntualizó.
Destacó también que el tema propuesto por el Papa Francisco para el Congreso Eucarístico Internacional sea “Fraternidad para sanar el mundo. Ustedes son todos hermanos (Mt 23,8)”.
Agregó que se trata de “sacar las consecuencias en nuestra vida personal, comunitaria y social de la maravilla que tenemos entre las manos todos los días. Y eso nos exige una conversión, que, por otra parte, encontramos en la primera predicación de Jesús en el Evangelio: “Conviértanse y crean en la Buena Noticia”.
“Para que los efectos producidos por la Eucaristía permanezcan en nosotros es necesaria esa conversión para llegar a ser como Cristo, en sus “sentimientos, sus formas de pensar, sus criterios”, así como “su forma de actuar”.
Citando las expresiones de San Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, Monseñor Carrascosa, recordó que “en este tiempo la gente escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, es decir escucha a los que ve que se comportan como pide el Evangelio” y, según insistió, ese debe ser el desafío del simposio que comenzó en Quito.
Para Monseñor Carrascosa, “La humanidad no está en contacto directo con la Eucaristía, pero está en contacto con los cristianos, que se alimentan de ella. Si vivimos con coherencia con nuestra fe y permitimos que se produzcan los efectos típicos de la Eucaristía, haremos que Cristo viva y se haga particularmente presente, a través de nosotros, en la sociedad. Debemos ser la Eucaristía de la sociedad”, dijo.
«Cada miembro de la comunidad cristiana puede convertirse para otros en un puente que comunica la vida de Jesús, que es vida trinitaria, amor recíproco vivido, o en una barrera que no les da nada, sino que más bien escandaliza», destacó.
Finalmente, apuntó que la «Eucaristía exige ser testimoniada con el compromiso de una vida de fraternidad y de justicia: de la participación común en la mesa eucarística surgen las exigencias imprescindibles de una justicia auténticamente cristiana, cuya ley es la ley del amor recíproco: perdón, comunión de bienes, comportamiento ético y social según el espíritu evangélico ejemplificado en las bienaventuranzas».
«En la Eucaristía está la fuente, el modelo y la meta de un mirarse en el espejo y de un establecerse en la justicia de Dios en el mundo; justicia que no conoce los métodos, costumbres y hábitos del mundo, sino que se expresa en el don de sí mismo, en la oferta gratuita, en el testimonio de un amor incansable, fiel, perseverante hasta el sacrificio de la propia vida», dijo.
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